La historia de hoy empieza en el año 1982. Aquel año pasaron cosas increíbles, entre la que querría destacar dos: España enseñó al mundo a Naranjito, la mascota del Mundial de Fútbol (los hay que aún están patitiesos) y la segunda es que el psoe ganó de calle las elecciones generales con un discurso moderno que incluso decía aquello de Yankees Go Home, refiriéndose a la salida de España de la otan.
El caso es que González y su séquito (a excepción de Moran, aquel chistoso Ministro de Asuntos Exteriores) cambiaron de opinión sobre lo de los americanos y, conscientes de que eran unos artistas tomándole el pelo a la gente, quisieron someter a referéndum la continuación de España en la Alianza Atlántica bajo tres premisas: No integración en la estructura militar, no almacenaje de armas de destrucción masiva, y reducción progresiva de presencia militar). Obviamente la gente votó que sí, que adelante (y más teniendo en cuenta que el principal partido de la oposición siempre lo había defendido, aunque esta vez promulgaba la abstención). En Catalunya y en Euskadi salió que no (este hecho tampoco es demasiado relevante, pero hay que ajustarse a la realidad).
González se fue (tal y como le pidió Aznar). Bien, más que irse, lo acompañaron a la puerta.
Era el turno del demócrata del Pisuerga, que pasó la lima a los condicionantes votados por el “pueblo” sobre la otan, y rápidamente entró hasta la cocina. Tanto, que fue uno de los promotores de la famosa invasión a Iraq que hizo caer a Hussein y, a su lado, a miles de personas más.
Los unos y los otros nos han enseñado que eso de las urnas está muy bien, pero es mucho mejor lo que ellos deciden. Que todo lo hace con buena intención y que si no nos gusta, nos aguantamos, que para alguno se inventaron las sillas.
Ara estamos a las puertas de otro “desafío democrático”. Resulta que el 9/11 nos invitarán a votar. Ahora toca decidir si queremos seguir siendo españoles o creemos que ya nos podemos espabilar por nuestra cuenta.
Bien, en principio eso es lo que creemos unos cuantos. Que el 9/11 votaríamos y, después, los que tanto nos quieren y nos protegen harían, con nuestro voto, lo que les diese la realísima gana.
Pues se ve que la cosa es muy seria. Tanto, que dicen que mejor que no votemos, que no hace falta, que ya saben lo que nos conviene.
He hecho números y hemos votado, desde que la democracia se implantó en España, ¡¡¡cuarenta y dos veces!!! Hemos votado cosas increíbles, como lo de la otan o, aún más curioso, la Constitución Europea (que no tenemos). Hemos salido a votar senadores que nadie sabe muy bien lo que hacen (y lo hemos hecho once veces). Hemos votado incluso un Estatuto que después resulta que no servía para nada (como si lo hubiesen redactado en secreto unos mojes del Tíbet y, al presentarlo en sociedad, el Dalai Lama hubiese dicho que eso no era…). También hemos votado a nuestros representantes al Parlamento Europeo. ¡Súper importante! ¡Anda que no han hecho cosas aquella gente! Tan serios, tan responsables, tan mal pagados… Todo el día de aquí para allá para no gastar móvil. Haciendo callar a todo el mundo cuando opinan sobre los arrozales del Delta. ¡Qué abnegación! Hemos votado a los parlamentarios que, después, se han votado entre ellos para que aquel que tenía más votos no pintase nada y el otro, el calladito, fuese presidente…
¡Somos buenos en eso de las votaciones!
Mira que nos han dejado hacer de todo. Mira que hemos sido los más demócratas del mundo. Y ahora, mira por dónde, no nos quieren dejar votar.
Con todo el cariño del mundo: Váyase a hacer puñetas, que haré lo que me parezca y ahora, a mí, ¡me apetece votar!
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