Vaya por delante que no pretendo, con este corto artículo, ser el adivino del futuro, sino que solo querría poner de manifiesto una realidad que poco a poco se ha construido a nuestro alrededor. Y es que, en los últimos años, todos hemos cambiado mucho. Han variado nuestras preferencias, nuestras actitudes de compra, y ha variado la forma que tenemos de interactuar con el mundo.
Una de las cosas que más ha cambiado es que nos hemos saturado de productos. Tenemos una barbaridad de trastos que no sirven para nada. Nuestros hijos todavía tienen regalos por abrir de la Navidad pasada, nuestros armarios están a llenos de prendas que no encontramos el momento de ponernos, y los juguetes de nuestras aficiones languidecen en el garaje esperando nuestra atención.
Ante este fenómeno de acumulación, ¿alguien cree que la industria tiene que ser de volumen? ¿Alguien cree que hacen falta máquinas para hacer más cantidad de lo mismo? ¿Queréis decir que no se evolucionará hacia los talleres que hagan series cortas? ¿China seguirá gobernando? ¿Hasta cuándo el marketing, y sobre todo la publicidad, conseguirán engañarnos? ¿Cuánto tiempo aguantará la torre sujeta por estos débiles pilares?
También me pregunto qué haremos con los polígonos. ¿Qué sentido tiene desplazarnos en coche lejos de casa para ir a trabajar a un lugar inhóspito y lleno de cemento? Si las industrias no son contaminantes, no hacen ruidos molestos y ya no necesitan aprovisionarse con gigantescos camiones porque las series serán más cortas, ¿por qué han de estar fuera de las ciudades? ¿Por qué la gente no puede ir a pie o en bici a trabajar? ¿Os habéis planteado alguna vez cuál es el precio por metro cuadrado de nave industrial abandonada en las ciudades que el Ayuntamiento no ha recalificado? ¡Es bajísimo! ¡De verdad! Miradlo, ¡os sorprenderéis! ¿Y la globalización? Sí, sí, eso de lo que todos hablan. Eso súper importante y que pretende uniformar a todo el mundo. ¿Continuará? ¿Se acentuará? ¿Compraremos el jamón a una gigantesca fábrica de Rusia que abastecerá a todo el mundo? ¿Nos fiaremos de los productos alimentarios fabricados por alguien a quien le no veremos nunca la cara, que nos llama «mercado» o «consumidores» y no Jordi, Jaime o María? Cuando llenes la caja para enviar tu producto a 5000 km de distancia, ¿lo harás con el mismo cuidado que si se la tuvieses que llevar a tu vecino? ¿O solo lo harás siguiendo estrictamente la norma que alguien ha redactado sin plantearte nada más?
¿Seremos trabajadores vocacionales? ¿Nos gustará hacer aquello que hacemos? ¿Le veremos sentido a hacer 10.000 terminales de cable de freno para moto al día durante veinte años? ¿Transmitiremos a nuestros hijos la vocación del oficio? ¿Con qué palabras?
Creo, sinceramente, que habrá una revuelta profesional. Igual que un ayudante de cocina no se contentará con pasarse los años picando el perejil y querrá evolucionar para ver el producto acabado, y si puede ser, la cara del comensal, la gente que trabaja en la industria, lejos de aceptar alienarse ante la máquina, querrá dar un paso adelante y ver el proceso en global.
En la ciudad de Nueva York proliferan centenares de pequeños talleres de ropa. Fábricas con diez, quince o veinte empleados que confeccionan pantalones, jerséis y camisas. Diseñan, producen y venden. Su eslogan es «orgullosamente propietarios y directores del negocio», «made in New York». Más caro, sí, pero más auténtico y más racional…
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