Corría el año 1556 cuando un chiquillo de veintinueve años ascendía al trono de las Españas. Adoptaría el nombre de Felipe II y le pusieron el sobrenombre de «el Prudente». ¡Qué vista!
El caso es que el hombre tenía ganas de transcender y le parecía que haciendo grandes obras lo conseguiría, talmente como los que ahora mandan. Sin asomo de pereza, se fue a un banquero alemán, de nombre Jakob Fugger, y le pidió la friolera de 850.000 florines de oro para conseguir, entre otras cosas, comprar el título de Rey del Sacro Imperio Romano Germánico, que no es poca cosa. Todo hay que decir que los títulos, en aquella época, se compraban.
Felipe hizo cuatro números y pensó que si el tinglado de Flandes se consolidaba podría devolver la cantidad solicitada, y que mientras pagaría los intereses con las expoliadísimas colonias de ultramar.
Se ve que el negocio centroeuropeo no salió bien, y ni con la plata de Potosí pudo devolver la deuda. Fue la primera gran quiebra del Estado español (que en aquel momento aún no se llamaba así). También quebró en 1577 y en 1597. Es evidente que el cándido Fugger también se fue a freír espárragos.
Sus sucesores tampoco fueron más avispados (o sí, según se mire) y se llevaron por delante a un montón más de banqueros europeos. Felipe III quebró una vez (1607) y Felipe IV, cuatro (1627, 1647, 1652 y 1662).
Los amantes de las estadísticas podrían llegar aquí a la conclusión de que, si quien gobierna se llama Felipe y el año es número primo, hay un 20% de posibilidades de que el Estado quiebre (son números primos 1597, 1607 y 1627) Así, si la monarquía española no se va al traste y el actual príncipe Felipe llega a ser rey, en el periodo comprendido desde ahora al 2053, el Estado quebrará una vez.
Pero volvamos donde estábamos: Las quiebras.
Hasta catorce veces las arcas del Estado han dicho basta (la última que cuento es el “pase de torero” que hizo Franco a la deuda de la República) y casi siempre han pagado la fiesta los amigos alemanes. No nos extrañe pues que ahora nos miren mal.
¿No trabajaba la gente en estas épocas, en las que el Estado que los acogía rehuía sus obligaciones? ¡Por supuesto que lo hacía! ¡Con ganas! Y, además, pagaban impuestos como tontos (como ahora). Entonces, ¿qué pasó? Pues lo mismo que ahora: Algunos megalómanos querían dejar huella y se lo llevaron todo por delante.
Tampoco son exclusivos de grandes gobernantes, estos disparates a espaldas de los contribuyentes, no os penséis.
Los señores que mandaban (algunos aún lo hacen ahora) en los bancos y cajas también han tenido, históricamente, una fijación por el despilfarro. Si no, que alguien me explique esto: Del 1978 al 1994 se hunden sesenta y dos bancos, entre ellos: Banco Atlántico, Bankunion, Banca Jover, Banca Catalana, Banca Mas Sardà, Banco de Barcelona (fue el primer banco privado del Estado), Banco de Girona, Banco Industrial de Catalunya…
Cuando nos dicen que lo que importa es la medida, dudémoslo. Lo que importa es la gestión. Y si no, que se lo expliquen a los de Caixa de Guissona, que durante la crisis han crecido (un 25% en cinco años), tienen una relación entre depósitos y créditos del 2.15 (el Santander la tiene del 0.85) y su morosidad es del 1.57%, mientras que la media del sector es del 7.61% (casi cinco veces más) y el todopoderoso Santander la tiene del 3.89% (2.5 veces más). ¿Alguien piensa que el éxito de gestión es porque contratan megacracks de las finanzas a un millón de euros/año, o porque tienen un software secreto que les hace el scoring con una precisión milimétrica?
Qué fácil es la economía, y qué complicada es la gestión de la vanidad.
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