Mi padre escribía las notas que me excusaban de ir un día a la escuela porque tenía que ir al médico en su tarjeta de visita, más grande entonces que las actuales, y acababa siempre con una frase que a mí me impresionaba: “Aprovecho la ocasión para enviarle un cordial saludo.”.
En el reverso de su tarjeta había quizás tres o cuatro líneas, no más. Una, la que encabezaba el escrito, empezaba casi siempre con un distinguido señor o distinguida señora, y la última era la ya citada (sin demasiadas variaciones).
Las escribía en un catalán correctísimo, aunque él se había educado solo en castellano (es del 36) y no utilizaba aquel acrónimo tan lucido pero tan poco nuestro del sss (su seguro servidor). Supongo que cuando se dirigía a alguien de fuera del Principado sí que lo hacía… El caso es que antes la gente utilizaba unos convencionalismos cuando menos amables. Antes, más pobres, menos instruidos, pero mejor educados.
Hoy, muchos de los correos electrónicos que recibo no tienen ni encabezado. Tampoco despedida. Nadie me saluda, muy cordialmente. Incluso los hay que aprovechan la parte donde pone asunto para escribir allí mismo lo que me quieren decir, son “resolutivos”, están “liadísimos”, “van al grano”, piensan. Pues yo pienso que son ansiosos, indelicados, precipitados y desconsiderados. Confunden la eficacia con la prontitud, lo que es urgente con lo que es importante. El objeto con el sujeto. Tienen un estilo ramplón, atropellado, pedante, altivo y poco reflexivo. No cuidan la forma cuando, realmente, es lo que queda en el subconsciente. El estilo no es un condimento de la acción, sino que le da el sentido. No matiza la esencia, sino que es esencia pura. El pollo tandoori es más tandoori que pollo, y si no te lo crees cámbialo por cerdo y verás que el sabor no dista tanto como si cambias el tandoori por sal y pimienta.
Esta grosería no es solo en los emails, no. También me la encuentro en algunas reuniones donde lo único que importa a mi interlocutor es su propio provecho, sin preocuparse para nada del provecho del otro, y ni tan solo del interés del otro. Me gusta la frase que dice que un amigo es el que me pregunta cómo estoy y se espera para conocer la respuesta.
A menudo, cuando me encuentro con este tipo de gente pienso en lo que será de nosotros dentro de veinte años. ¿A dónde habrá ido a parar nuestra “enorme capacidad ejecutiva”, nuestra “diligencia”, la chorrada aquella del 24/7? ¿Qué haremos cuando hayamos acabado de ordenar los primeros las fichas de dominó del centro de jubilados y tengamos que esperar a los lentos, poco ejecutivos y torpes de nuestros compañeros de partida? ¿Qué prisa tendremos en la carnicería cuando nadie nos esperará a la salida?
Afortunadamente hay gente amable, delicada, cercana. Gente a quién le importas y que te importa. Gente que sabe querer y es querida porque, al fin y al cabo, todo es una decisión, no un sentimiento, como afirma el maestro SB.
Ahora que tenemos el verano encima para pensar, ahora que estamos a tiempo de cambiar. Ahora que podemos ser un poco más amables, ahora que podemos ser un poco más personas, ahora nos toca a nosotros mover.
Aprovecho la ocasión para desearos unas felices vacaciones.
Muy cordialmente,
Jordi
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